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Ricardo Diez
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| Enviado viernes, 30 de diciembre, 2005 - 06:31 am: | |
LA NACION El mismo dolor, a un año de la tragedia de la disco Dramáticos relatos de los que socorrieron a las víctimas “Escuché que había muchos chicos y me fui a dar una mano. El Ramos Mejía parecía un hospital de guerra. Un aluvión de muertos y heridos. Venían en ambulancias, en patrulleros, en autos, a pie... Venían vivos pero shockeados, ahogados, escupiendo plástico negro. O llegaban muertos... Desesperados, subían a los muertos en las ambulancias y, aunque sabíamos que no se podía hacer nada, lo mismo intentábamos... A las seis de la mañana no pude más y me fui a mi casa. A llorar y a abrazar a mis hijos. Necesitaba sentir que estaban vivos.” Carlos Mercau, jefe de Neonatología del hospital Ramos Mejía, recuerda así, dramáticamente, esa noche de la que hoy hace un año: la noche de la tragedia cuando ardió la disco República Cromagnon, en la zona de Once, en la que murieron 193 personas que habían ido a un recital. Una tragedia que sin dudas dejará una marca imborrable en una generación y que repartió sus esquirlas por la política, la seguridad, el espectáculo. Una tragedia que tiene 28 procesados y un solo detenido, Omar Chabán, el explotador de la disco, pero que también arrastró al jefe de gobierno porteño, Aníbal Ibarra, que fue suspendido y hoy enfrenta un juicio político. "Me dejó en el alma una cicatriz que nunca se va a curar", dice. No esconde sus lágrimas. El suyo es un dolor tan entendible como imposible de dominar. Un dolor que se acalló con el correr de los meses, pero que de ninguna manera se apagó, que vuelve a hacerse presente cada vez que recuerda la noche del aquel nefasto 30 de diciembre. Carlos Mercau es jefe de Neonatología del hospital desde hace una década. Está acostumbrado a pelearle a la muerte día tras día. "Pero pelear contra estas muertes que podrían haberse evitado fue terrible. Nos llenó de angustia." Una angustia que aún hoy sigue indeleble en él y en los que esa noche lucharon para que la muerte no les robara más y más chicos. Mercau cenaba con unos amigos para despedir 2004 cuando le llegaron los ecos de la barbarie. Salió corriendo para el hospital. El Ramos Mejía está a unas pocas cuadras del local República Cromagnon y esa fatídica noche recibió muertos y heridos como nunca antes. Era un hospital de guerra. Corridas, gritos, hollín. Al hospital llegaron 43 de los 193 muertos en el incendio y cientos de heridos. Horas después, murieron otros dos chicos. No pudo más. "Me fui a casa a llorar. Abracé a mis hijos, necesitaba saber que estaban bien... A llorar y a preguntarme por qué tanta muerte inútil", alcanzó a decir antes de quedarse sin voz. A las 8 estaba de vuelta. LA NACION lo entrevistó en enero último, días después de la tragedia. El sentimiento de dolor está intacto. "Nadie piensa que pueda pasar algo así, tantos chicos, chicos tan jóvenes. Fue desolador", aseguró. Las imágenes, los olores, los sonidos vuelven, implacables, a su mente. "Me acuerdo de un chico de tres o cuatro años... Llegó muerto. Estaba perfecto, con la carita intacta. Vi a mis hijos en esa cara...", susurró entre pausas. Con los meses, intentó sacar algo positivo de tanto desastre. Algo donde hacer pie, que lo ayudara a seguir. "Siento orgullo porque el hospital, mi hospital, se comportó como una unidad. Estaban todos, no sé de dónde salieron, pero estaban", dijo Mercau. Con 32 años de experiencia, después de haber trabajado en el atentado contra la AMIA y en grandes accidentes, no duda ni un segundo: "Esto fue lo más duro... Por la cantidad de chicos muertos. Nos marcó para siempre." Ricardo Rezzónico tuvo la ingrata tarea de leer y releer ante cámaras y micrófonos la lista con los nombres de los chicos muertos y de los heridos. El recuerdo lo derrumba. "No puedo olvidarme. A la mañana siguiente, a las 7, se habían podido identificar sólo a ocho de los 43 fallecidos y estaba leyendo sus nombres cuando un hombre dio un grito desgarrador y se desplomó a mis pies. Su hija estaba en esa lista." Es jefe del Departamento Técnico del Ramos Mejía, pero en diciembre de 2004 era el director del hospital. Cirujano, con más de 30 años de guardia, nunca vivió nada igual. Las previsiones no habían sido pocas y el hospital pudo responder a la catástrofe. "También recuerdo escenas de mucha solidaridad, como la de los papás de una chica de 15 años que falleció acá y donaron sus órganos. Es conmovedor ver a alguien que, en medio de tanto dolor, tuvo la lucidez de tener un gesto así", dijo Rezzónico. "Como miembros del hospital, fue la prueba de lo que éramos capaces de hacer cuando juntábamos nuestros esfuerzos." Aprender del dolor El actual director del hospital era por entonces jefe del servicio de Neumonología. El doctor César Sáenz llevaba 40 años en el hospital cuando tuvo que hacerle frente a lo peor. La huella que dejó Cromagnon, dice, cambió su vida profesional. Y le pegó duro. "Nadie estaba preparado para recibir tanta gente joven al mismo tiempo y en ese estado", aseguró. Las impresiones son muchas. "No recuerdo nada en particular", dijo y después de una pausa, agregó: "Sí me acuerdo de una chica de 15 años que falleció acá, preciosa. Murió a las pocas horas de llegar. Y me pregunté cómo una vida desaparece de esa forma". El hospital sobrevivió a esa prueba de fuego y reforzó sus capacidades. Pero no recuperó el ritmo que latía antes de la tragedia. Cree que todos podemos aprender de tamaña cachetada. "Me pregunté por qué ocurren estas cosas irracionales. Pensé en la responsabilidad que tenemos todos, y los padres en particular, en no dejar la seguridad de nuestros hijos en manos de las autoridades." Sáenz asegura que la guardia es la piel de un hospital. La noche del 30 de diciembre de 2004 estuvo, como nunca antes, en carne viva. Francisca Funes se había acostado cuando su hija la despertó conmocionada. Veía en la televisión las primeras imágenes del horror y sobresaltó a su mamá. Francisca no titubeó. Se cambio, tomó un remise y se hizo cargo de lo que consideraba necesario. Funes es la jefa de los enfermeros de guardia. Son 23, pero esa noche llegaron a ser 69 porque los voluntarios no dejaban de llegar. Sin entender el porqué, aseguró: "Hice cursos y me preparé. Pero ningún simulacro podía alcanzar esa realidad". Por Cynthia Palacios De la Redacción de LA NACION Actividades Hoy a las 10 hs Familiares y sobrevivientes presentarán una exhibición de fotos y distintos materiales de las víctimas, en Plaza de Mayo. A las 13 hs Se colocarán zapatillas a lo largo de la avenida Rivadavia y la avenida de Mayo. A las 14 hs En Plaza Once, se realizará una radio abierta. A las 17 hs El cardenal argentino, monseñor Jorge Bergoglio, oficiará una misa en la Catedral. A las 18 hs Habrá una concentración a Plaza de Mayo. Las actividades previstas son varias: murga de sobrevivientes, lectura de un documento consensuado entre todos los grupos de familiares y lectura de los nombres de las víctimas. Después habrá un minuto de aplausos y bombos en honor a los chicos fallecidos y, finalmente, se marchará al barrio de Once. |
Ricardo Diez
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| Enviado viernes, 30 de diciembre, 2005 - 06:41 am: | |
Para las familias y los amigos de las 194 víctimas del incendio, a un año de la tragedia, no hay consuelo que subsane esas ausencias Foto: Fabián Marelli LA NACION |
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