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Ricardo Diez
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Enviado miércoles, 02 de marzo, 2005 - 11:48 am:   

CLARIN, miercoles 2 de marzo de 2005

El destino, la coima, Borges y Laprida

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Marcelo A. Moreno.
mmoreno@clarin.com

En un certero poema —"Poema conjetural"— Jorge Luis Borges finge la voz de Francisco de Laprida, esa voz que declaró la Independencia, y le hace decir, momentos antes de morir degollado el 22 de setiembre de 1829, a manos de los montoneros de Aldao: "Yo que anhelé ser otro, ser un hombre/ de sentencias, de libros, de dictámenes/ a cielo abierto yaceré entre ciénagas;/ pero me endiosa el pecho inexplicable/ un júbilo secreto. Al fin me encuentro/ con mi destino sudamericano".

¿Qué pasaría si un hijo nuestro volviera del colegio y nos contara que la maestra le enseñó que Belgrano, de profesión tintorero, liberó a Chile y a Perú; que dos por cuatro son quinientos y que la Argentina limita al Oeste con China? ¿Y qué ocurriría si lo que nos recetara un médico para morigerar nuestros padecimientos, los agravara? ¿Y si subiéramos a un taxi, distraídos, y nos llevaran exactamente al punto contrario del que indicamos? ¿Y si en un restorán pidiéramos un bife y nos trajeran una pizza? Armaríamos un escándalo. Se trataría de excepciones tan inexplicables que sólo podrían ser atribuidas a inesperados brotes patológicos.

Sin embargo, cuando nos enteremos de que hay vehementes sospechas (o un poco más que eso) de que los encargados de controlar el paso de drogas por Ezeiza podrían estar complicados en ese delito, ni nos mosqueamos. Cuando nos anotician que un policía integra una banda de asaltantes ni siquiera nos sorprendemos.

La catástrofe de Cromañón sobrecogió por el nivel desgarrador de la tragedia: no sé de nadie que se haya azorado porque la hicieran posible inspectores que habilitaron lo inhabilitable. Tampoco se nos mueve un pelo conocer que en las cárceles e institutos de menores no sólo no se rehabilita a nadie, sino que se le otorga diploma de especialización en alguna rama del desfalco. Y que en esos rincones de puro y sólo castigo circulen desde facas hasta drogas.

A nosotros sí que se nos aplica por entero eso de estar mal pero acostumbrados. Ese destino sudamericano que señala el Laprida agónico de Borges parece imponer que aquellos encargados, especializados y asalariados para evitar un mal social, sean justamente los que lo facilitan. Resulta paradójico, pero perversamente cierto. Tanto, como la reiteración de la impunidad: que a los hacedores de leyes se los soborne con una Banelco —es decir, pisoteen leyes para votar, comprados, leyes — y no les pase un pomo.

Es decir, que la complicidad resulte un vínculo estable entre quienes tienen la misión de vigilar que se cumpla la ley y los que la violan aquí no sorprende a nadie. Entre nosotros se trata de una moneda corriente, de libre circulación, como la coima.

Borges culpa al destino. Cabría, quizá, preguntarse: ¿y si, en realidad, se tratara de una elección? ¿O de una serie de elecciones que cometemos a diario, haciendo, dejando de hacer, dejando hacer o dejando que nos hagan?

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