Autor |
Mensaje |
Ricardo Diez
Username: Ricardodiez
Registrado: 1-2005
| Enviado domingo, 27 de febrero, 2005 - 06:49 am: | |
CLARIN, domingo 27 de febrero de 2005 Historias de sobrevivientes Las huellas que dejó Cromañón Más de mil ochocientas víctimas pidieron atención en centros de salud porteños. Viven con imágenes recurrentes de la tragedia, rechazan los espacios cerrados y aún padecen enfermedades respiratorias. -------------------------------------------------- Liliana Moreno y Patricio Downes. limoreno@clarin.com; pdownes@clarin.com República Cromañón dejó un tendal de chicos de pie pero atravesados por heridas invisibles. Ya pasaron los días de pelearle a la internación y hoy, a dos meses, el "afloje" los pone de cara a la tragedia. "Nos está cayendo la ficha", dicen, y la pilotean como pueden. Coinciden en dos deseos, que serían el mejor homenaje a los 193 chicos muertos: que se haga justicia y que aquel recital de Callejeros que quedó trunco, vuelva a sonar hasta el final. "No puedo ni trabajar ni estudiar, no tengo ánimo, pero tampoco me queda mucho tiempo. Nunca fui a un hospital y ahora voy tres o cuatro veces por semana, más el psicólogo los miércoles". La "nueva vida" de David Vega (22) se parece a la de muchos de los cientos de sobrevivientes de Cromañón, que sufren las secuelas de la intoxicación con monóxido de carbono y ácido cianhídrico y con el brutal impacto emocional de aquella noche del 30 de diciembre pasado. Neurólogos, neumonólogos, clínicos, psiquiatras y psicólogos son parte de una rutina antes inimaginable. En el Hospital de Rehabilitación Respiratoria María Ferrer atienden a ciento treinta chicos. Los principales motivos de consulta —explica el doctor Eduardo Schiavi— son por disnea (falta de aire), tos, expectoración y síntomas de obstrucción de bronquios. "No observamos la tendencia a un empeoramiento en el tiempo, por el contrario, asistimos a la recuperación de los pacientes. Quizás algunos deriven hacia una intervención quirúrgica pero no vemos secuelas definitivas ¿Si pueden aparecer? Es algo que no podemos descartar". Según el psiquiatra Daniel Mosca, coordinador de la atención de salud mental del Gobierno de la Ciudad desde el Hospital Alvear, en estos dos meses mil víctimas de Cromañón pidieron atención en los centros de salud porteños y unos ochocientos siguen en tratamiento. La merma no indica que la problemática empiece a estar bajo control. "Las consecuencias psicológicas de una tragedia como ésta —explica Mosca— pueden aparecer el día siguiente o ser de comienzo tardío, cuando los damnificados van tomando plena conciencia de lo que sucedió". Mailin Blanco (17) no pudo acelerar su duelo. Primero tuvo que dar una pelea dura: estuvo doce días en terapia intensiva y le practicaron una traqueotomía. "En Cromañón murió mi hermano Lautaro. Recién ahora siento que me cae la ficha de todo lo que pasó", dice, como muchos de los chicos entrevistados para esta nota. Hoy hace terapia individual y familiar. A las patologías que los psiquiatras describen con términos técnicos, los sobrevivientes les dan contenido con sus historias. "Perdí ocho amigos", dice Karina Delgado (33), madre de cuatro chicos. Ese es su punto de partida: "Estuve treinta y un días sin poder dormir. Dormía una hora y me despertaba a los gritos. Ahora me recetaron ansiolíticos, miorelajantes, Valium, y ni siquiera esto me voltea. Tengo diagnosticado insomnio, depresión y estrés". En un extremo está el caso de Ezequiel Denhot (24) quien, según el relato de su madre, soñó que estaba en el área VIP de Cromañón y dormido se tiró desde el primer piso de su habitación. Se salvó, pero está semana sufrió una segunda internación: un vecino estaba quemando basura y el olor le provocó un ataque. El 30 de diciembre Ezequiel perdió a sus dos amigos íntimos. Las imágenes del incendio son recurrentes. Muchas se vuelven pesadillas y otras los sorprenden a cualquier hora y en cualquier sitio. Por eso se "lloran todo", dicen. Los miedos tampoco los abandonan. "Cuando llego a un lugar trato de ubicarme cerca de la puerta y me pregunto si habrá salidas de emergencia. Puedo estar con todos mis amigos pero no disfruto de las salidas como antes. Siempre estoy alerta", cuenta Victoria Dobal (19). "No puedo dormir con la luz apagada, escucho ruidos y me despierto asustado —dice Ramón Solorzano (18) —. Antes siempre soñaba lo que me iba a pasar al otro día, ahora sólo sueño cosas feas". Karina Delgado no se reconoce: "No viajo en subte y subí doce pisos por escalera antes de entrar en un lugar cerrado como el ascensor. Tengo que estar todo el tiempo acompañada. Esta semana fui al hospital a hacerme una resonancia y cuando me quedé sola en un cuartito dije 'Me voy', pero un médico llegó a contenerme". La vida, está claro, ya no les resulta la misma. Ellos no se sienten iguales. "Antes pensaba en el futuro. Ahora vivo más al día", es el cambio que acusa Guido Villafañe, pese a sus escasos 15 años. Valeria Blanco (20) nunca pensó que iba a describirse así: "Estoy muy pensativa, no me divierto, me pongo mal por cualquier cosa. Es horrible.". En suma, dice, "no puedo volver a hacer lo que hacía". Tampoco los demás. Victoria Dobal llegó al Hospital Fernández con el setenta y cinco por ciento de intoxicación en sangre. El último diagnóstico dice que sus bronquios están inflamados. Ella juega handball en River y entrenarse se le hace cuesta arriba. "Me duele el pecho, las piernas, nada que ver con las de antes. Pero si alguna vez faltaba a las prácticas, ahora no fallo nunca a ninguna". Valeria era vendedora en una tienda y no puede retomar el trabajo. Ramón no tiene ánimo para volver a las changas. Mailin no cree que pueda preparar las materias que debe. Karina, que trabajaba en una feria de ropa, el lunes tiene una entrevista de trabajo y tiembla de miedo."¿Lo podré lograr?", se repite. A Javier Miglino (36) —víctima de Cromañón, a la vez que abogado de un grupo de chicos sobrevivientes— la tragedia le pegó de otra manera. "Siento que aquella noche la muerte elegía. 'Para algo te quedaste, entonces hacélo', me digo, y en eso estoy". Las víctimas de Cromañón, dicen los psicólogos, van más allá de los muertos y los sobrevivientes. Su onda expansiva, como en toda tragedia, arrastra a familiares y a amigos, el primer cordón de contención. Jorge Frutis, taxista y padre de Gonzalo (27), descubre en él síntomas similares a los de los chicos. "Yo empecé la búsqueda de mi hijo el 30 a las once de la noche y llegué con él a casa a las 6 de la mañana. En el medio —dice— vi decenas de pibes muertos. Creo que ahora estoy empezando a pagar los platos rotos". De ahí que el abogado Fernando Soto esté incluyendo familiares en la demanda de los sobrevivientes por daños y perjuicios. "Primero —evalúa— tenían que estar sosteniendo a sus hijos y ahora empiezan a caer porque hay un cierto afloje". Los amigos, la familia, los psicólogos ¿Qué otro refugio para amortiguar el golpe? Para algunos el santuario de Once —ese "altar" sincrético de los recuerdos y los homenajes— es un lugar liberador. Ramón dice que le sirve para desahogarse. Para otros, en cambio, es una nueva casa. Marina González Señorans (15) hace un mes y dos semanas que está viviendo en la carpa que se levantó al lado. "Estuve días y días sin dormir. Desde que estoy acá las pesadillas no son tan fuertes, me siento mejor y siempre estoy acompañada". Primero, cuenta, su mamá se opuso. Hasta que un día le dijo que era la primera vez que la veía bien. "Entonces dejó que me quedara en la carpa. Viene a visitarnos, nos trae comida y algunas veces me voy con ella a casa". Juan Pablo Antivero (22) es uno de los fundadores del santuario. Su objetivo es que se convierta en un lugar de contención para víctimas, familiares y amigos. Antes del incendio trabajaba como electricista y ganaba cien pesos por día. "Hoy no paro de pensar en lo que pasó y no puedo dejar de venir para ayudar". Para muchos el santuario es el símbolo de la memoria. Blas Bonardi y Pablo Todesca, los dos de 19, comparten la idea y los viajes desde Villa Ballester hasta Once. "No queremos que se olvide Cromanón. Si siempre hay gente en el santuario y en las marchas —cree Pablo—, van a estar las cámaras de TV y va a ser más difícil olvidar". Jóvenes pero no inocentes, también creen y en esto coinciden todos, —ni políticos, ni funcionarios, ni la sociedad— que nadie, va a mantener la llama si no la encienden ellos. El que escucha estas historias escucha también muchos reclamos. Faltan médicos, remedios, seguimiento de los casos. Hay que esperar diez o quince días para un turno de terapia, las sesiones duran veinte minutos y los grupos son numerosos. Los subsidios vienen desparejos y nadie explica por qué: uno recibió 400 pesos, otro 600, un tercero 1200. En la Secretaría de Derechos Humanos no son pocos los que dicen haberse sentido humillados. "En un momento llegué a preguntar si necesitaban un certificado de dolor", cuenta Alberto Dobal, padre de Victoria. La bronca abunda, pero Callejeros sale indemne. "Los chicos de la banda eran un orgullo para mi y no me defraudaron". La voz de Javier Benítez (14), casi los representa a todos. Los abogados Miglino y Soto coinciden en que recibieron órdenes expresas de sus defendidos: si iban contra Callejeros, se abrían de la demanda. "Si van contra la la banda —refuerza Mailin— están yendo contra los chicos muertos y contra nosotros, los sobrevivientes". Como Javier, Marina expresa un sentimiento colectivo. Pide que se cumplan dos deseos. "Que se haga justicia para que los chicos descansen en paz y que Callejeros termine el recital que no pudo ser. Va a haber lugares vacíos, pero ellos van a estar saltando con nosotros". |
Ricardo Diez
Username: Ricardodiez
Registrado: 1-2005
| Enviado domingo, 27 de febrero, 2005 - 06:58 am: | |
Qusiera hacer una reflexión.... "Los chicos de la banda eran un orgullo para mi y no me defraudaron". La voz de Javier Benítez (14), casi los representa a todos. Los abogados Miglino y Soto coinciden en que recibieron órdenes expresas de sus defendidos: si iban contra Callejeros, se abrían de la demanda. "Si van contra la la banda —refuerza Mailin— están yendo contra los chicos muertos y contra nosotros, los sobrevivientes". No se si este chico de 14 años es el autor de esos dichos y si es así, por supuesto su edad no es la de un ser adulto que puede reflexionar sobre estos puntos de un modo objetivo. La objetividad es muy difícil para con cualquiera que se vea afectado por un sentimiento. Es comprensible por la corta edad y por el sentimiento. Si sus mayores alentaron semejante decisión o si otros casos, estuvieran "hermanados" con cualquiera que estuviera a primera vista implicado o siquiera "rozado" por una sospecha, qué pasaría si otros estuvieran identificados, hermanados, simpatizando con el Gobierno de la Ciudad, o si alguien fuera amigo de un bombero, o si alguien fuera vecino de un inspector municipal ? Esto tiene que ser OBJETIVO, fuera de honores, admiraciones, idolatraciones, la JUSTICIA tiene que investigar a TODOS los que de una manera u otra están alcanzados por la INVESTIGACION, sin condicionarse a amistades, idealizaciones, Etc. ETc. Ojalá los ADULTOS que tienen la representación de estos chicos, que seguramente no pueden entender cabalmente la magnitud de este fatal día por la edad que tienen, tomen conciencia que TODOS tienen que ser investigados, inclusive por la futura inocencia si es que la tienen, para que nadie diga mañana que a este o a aquel no lo investigaron y quede su buen nombre y honor sucio por la sospecha. |
|