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Ricardo Diez
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Registrado: 1-2005
Enviado jueves, 05 de mayo, 2005 - 08:10 am:   

CLARIN, jueves 5 de mayo de 2005

ADVERTENCIA del administrador:
Es una nota hecha 100% por Clarin, a quienes tenemos la hoy triste relación de familiaridad o amistad, va a dolernos mucho.

Volver a Cromañón
Todavía están las huellas de las víctimas

El juez de la causa, camaristas, legisladores y abogados de las familias recorrieron Cromañón. Quedaron conmovidos porque en las paredes permanecen impresas las manos de los chicos que trataban de escapar. Había zapatillas, mochilas y portadocumentos.
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Alberto Amato.
aamato@clarin.com

Han quedado impresas, indelebles, por el hollín, por el vapor, por la humedad. Y también por la desesperación. Las manos de las víctimas de la tragedia de Cromañón se ven en paredes, barandas, marcos, en la fatídica puerta de emergencia sellada con candado y alambre y en decenas de mochilas, llaveros, portadocumentos, tarjetas de créditos, bolsos, carteras, celulares y riñoneras que quedaron derramados en el suelo.

Esas palmas, muchas de ellas pequeñas, todavía no adultas, que quedaron grabadas en las paredes a la misma altura que tenían sus dueños, son el símbolo de una carrera a ciegas, a tientas, a oscuras contra la muerte. Son también el símbolo del horror, del sufrimiento y de la impotencia que vivieron más de tres mil quinientos chicos y chicas el pasado 30 de diciembre y que también quedaron impregnados en un aroma acre, corrosivo, en el que se mezclan aún el sudor, el humo amargo del incendio extinguido, el petróleo calcinado de la media sombra y el material acústico que convirtió al boliche en una gigantesca cámara de gas y en una tumba enorme para 193 almas, casi todas jóvenes.

Según se mire, esas manos son, a su modo, un adiós. Un testimonio. Un grito. Y un interrogante. Si alguna vez Cromañón es un museo del dolor, esas manos deberían figurar en su patrimonio aterrador y conmovido.

Con esta sensación, armada con pedacitos de decenas de testimonios, abandonaron ayer el escenario de la tragedia jueces, funcionarios judiciales, legisladores y abogados querellantes entre quienes había familiares de algunos de los muertos. Todos accedieron a una inspección ocular del local, dispuesta por el juez Julio Lucini, en la que salieron a la luz nuevas irregularidades que comprometen ya al sistema de habilitación y controles del gobierno de la Ciudad al menos desde 1997, cuando fue habilitado Cromañón.

El de ayer fue un largo día en el lugar de la tragedia. Además de Lucini, visitaron el boliche los miembros de la Sala V de la Cámara del crimen, los jueces Gustavo Bruzzone (ex fiscal federal en los inicios de los años 90), María Laura Garrigós de Rébori y Rodolfo Pocuelo Argerich.

Poco después de las diez ingresaron los miembros de la Comisión Investigadora de la Legislatura de la Ciudad, encabezados por su titular, Fernanda Ferrero, de Recrear, su vicepresidente Martín Borrelli, de Compromiso para el Cambio y Milcíades Peña, de Confluencia, entre otros. Salieron dos horas después, con un nudo en la garganta.

"Esto nunca pudo haber sido objeto de una habilitación —dijo Ferrero al señalar la primera de las nuevas irregularidades descubiertas por los legisladores—. Hay dos puertas que dan al hotel Central Park que no figuran en el plano de habilitación. Este es un solo complejo interrelacionado donde funcionaban cuatro actividades diferentes: un hotel, un local bailable, un estacionamiento y canchas de papi fútbol. Todo el edificio está hecho con la idea de ganar dinero sin prevenir absolutamente nada. Y después, lo que vimos, son los restos de esos niños —señaló casi entre lágrimas— Sólo viendo lo que vimos puede uno imaginarse qué pasó esa noche. Siento mucho dolor, pero lo segundo es una bronca muy grande porque lo que se ha hecho aquí es imperdonable".

También conmocionado, Borrelli reveló que los legisladores hallaron una segunda puerta con un cartel que decía Salida, que estaba sellada desde adentro: "Era otra trampa mortal. Estaba en la parte VIP y era una puerta que comunicaba con el hotel. Pero también estaba cerrada. Al lado, yo no sé si los mismos chicos o los bomberos, hicieron un boquete en la pared para poder salir. Ver los objetos de los chicos en el suelo fue muy shockeante. Esto nunca pudo ser habilitado como local bailable cuando era parte de un complejo: la habilitación de Cromañón 'daña' a la del hotel. Y viceversa. Y sin embargo así se habilitó."

Peña, que perdió a su ahijado en Cromañón, fue terminante: "Esto fue una ratonera de la que nadie podía escapar. Tenía que terminar como terminó. No sólo la habilitación estuvo mal dada, sino que no se controló nada desde 1997. Mediante el simple avance tecnológico de la cinta métrica, cualquier inspector de la Ciudad debería haber clausurado el local".

A las doce en punto fue el turno de los abogados querellantes. A casi cien metros de la puerta de entrada de Cromañón, donde se alza el santuario que recuerda la tragedia y a sus víctimas que le planta cara a la Plaza Miserere, la palabra que más se lee en carteles, grafittis, pintadas y mensajes es "Justicia". Es un reclamo. Pero también parece una advertencia.

A las tres de la tarde, los abogados autorizados por el juez Lucini dejaron Cromañón. Llevó la voz cantante José Iglesias, padre de Pedro, de 19 años, uno de los chicos muertos. Comparó al boliche con Auschwitz: "Fue una cámara de gas y, como Auschwitz, tiene homicidas parecidos". Y lo definió como una trampa mortal: "Vine a ver el lugar donde mi hijo empezó a morir. Y basta solo entrar para ver que esto nunca pudo funcionar. En el frente del local dice Stadium. Y eso era esto, un estadio para tres mil quinientas personas."

Los abogados Fernando Soto, Mauricio Castro y Patricia Núñez Morano, representantes de sobrevivientes que no quieren accionar contra la banda Callejeros, revelaron que en el interior del hotel hay una oficina que contiene planos que no fueron secuestrados por la Justicia. "Pensamos que allí pueden estar las refacciones del edificio y no figuran en el plano original. Esto no era un boliche bailable: era un laberinto mortal habilitado. Lo que más me impresionó —dijo Soto— fue descubrir en una mesa un diario del 30 de diciembre, un freezer en funcionamiento con comida de aquel día. Sentí que el tiempo se había detenido."

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