Ricardo Diez
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| Enviado sábado, 15 de enero, 2005 - 07:36 am: | |
LA NACION, Editorial, sábado 15 de enero de 2005 Editorial I Las contracaras de Ibarra Cuando, frente a crisis inesperadas y de magnitud, los líderes políticos reaccionan con presencia, compromiso y eficacia, la ciudadanía lo reconoce de inmediato y su popularidad se entona. Así le sucedió, en su momento, a Rudolph Giuliani, el alcalde de Nueva York, por su reacción ante los episodios terroristas del 11 de septiembre de 2001. Hoy, Giuliani goza de una de las mejores imágenes entre los hombres políticos de los Estados Unidos. Entre nosotros, el cardenal Jorge Bergoglio, de caritativa y discreta presencia entre los familiares de las numerosas víctimas del reciente incendio en una discoteca de Once, también mereció amplio reconocimiento. Cuando, en cambio, no se percibe esa presencia y ese compromiso, la imagen pública de los líderes sufre inevitablemente las consecuencias. Esto es lo que precisamente le acaba de suceder al jefe de gobierno porteño, Aníbal Ibarra, con motivo de su actitud, dubitativa e irresponsable, ante las muertes y lesiones provocadas por el incendio del local República Cromagnon y ante las sospechas de desidia o corrupción que apuntan a los funcionarios públicos de algún modo corresponsables de lo sucedido "por omisión o por comisión", tal como lo sostuvo días atrás un lector en una carta publicada en LA NACION. Como se sostuvo el martes último en esta columna editorial, lo menos que se esperaba del jefe de gobierno de la ciudad era que diera todas las explicaciones del caso ante la Legislatura, en el marco de una interpelación, una institución contemplada por la propia Constitución local que en modo alguno puede ser caracterizada como una suerte de "circo romano", como lo hicieron destacados funcionarios de la administración porteña. Hace apenas algunas semanas, Tailandia resultó uno de los países más azotados por el gigantesco tsunami que arrasó a su región y que dejó en ese país un luctuoso saldo de cinco mil víctimas. El primer ministro tailandés, Thaksin Shinawatra, reaccionó con un gran compromiso humanitario. Visitó personalmente –y de inmediato– las zonas azotadas, en el sur de su país, y regresó a ellas reiteradas veces. Con su presencia, evaluó lo sucedido, acompañó y consoló a las víctimas, a los sobrevivientes y a sus respectivas familias, y les mostró a todos ellos que efectivamente le importaban. Se puso entonces visiblemente al frente de la reacción del gobierno ante la tragedia que enluta a su país, con una clara actitud de "manos a la obra". Sin duda que ése era, efectivamente, su deber. Como correspondía, lo acompañaron todos los miembros de su gabinete y también su señora esposa. Las consecuencias no se hicieron esperar. De acuerdo con la información disponible, las encuestas muestran ahora que esa actitud solidaria ha hecho crecer fuertemente la imagen del premier tailandés ante la opinión pública de su país. Pero, más allá de las circunstancias, lo cierto es que Shinawatra supo cumplir acabadamente con su deber y con su conciencia por partida doble: como funcionario y como persona. |