Ricardo Diez
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| Enviado martes, 15 de noviembre, 2005 - 08:01 am: | |
LA NACION Kirchner y Fernández, preocupados por la caída de su aliado Demoraron el regreso desde El Calafate EL CALAFATE.- "¿Todavía están acá? Vinieron a pasear. Porque no vamos a decir nada?" Fue la particular bienvenida del jefe de Gabinete, Alberto Fernández, al recibir ayer a algunos periodistas desde atrás del portón de la residencia recién inaugurada del presidente Néstor Kirchner, donde ambos, junto con la familia del jefe del Estado, tomaban distancia de la crisis de Cromagnon. Pero al caer la noche, cuando recibió la noticia de la suspensión del jefe de gobierno porteño, Aníbal Ibarra, el jefe de Gabinete ya no pudo soltar el teléfono celular. El gobierno nacional interpretó la decisión de la Legislatura porteña como la segunda gran derrota en la Capital tras las elecciones del 23 del mes último, cuando el canciller Rafael Bielsa, candidato del Gobierno, cayó a manos del líder de Pro, Mauricio Macri. El impacto del revés se acentuó por los errores cometidos por el Poder Ejecutivo en los últimos días. Kirchner y Fernández -que ayer no pudieron disimular su preocupación- se expusieron públicamente al intentar revertir el sentido del voto de Eduardo Lorenzo Borocotó (ex macrista y flamante aliado del kirchnerismo) y de Juan Farías Gómez (kirchnerista), que terminaron apoyando el juicio político a Ibarra. También contribuyó al malestar de Kirchner el hecho de que el traspié de Ibarra pueda ser interpretado como otro triunfo político de Macri. El Presidente había apostado a sostener a Ibarra -admitían aquí- debido a la estrecha relación entre el Gobierno y la senadora Vilma Ibarra (hermana del funcionario suspendido). El comentario aquí, anoche, era que Fernández -principal figura del oficialismo en la Capital- había quedado "descolocado" por la aprobación del juicio político y la suspensión de Ibarra. Se especulaba también con que habría deliberaciones de última hora, de las cuales saldría el mensaje con el que el Gobierno se referirá a la sanción contra Ibarra. La estada de Kirchner aquí, originalmente concebida para pensar el rediseño del gabinete y de las políticas de gobierno, se prolongará hasta hoy al mediodía, un día más de lo previsto. Lo que comenzó como un alejamiento terminó como una buena excusa para distanciarse de la crisis que golpeó a Ibarra y para quedar lejos de las presiones de los familiares de las víctimas de Cromagnon, que lo acusaron de intentar evitar la suspensión del funcionario. Resignación Fernández buscó desestimar toda incidencia del Gobierno sobre los legisladores porteños kirchneristas y sobre la sesión. "No sabemos nada. Hay muchas posturas diferentes. Cada uno votará según su leal saber y entender", dijo al mediodía en el portón de Los Sauces. Su rostro evidenciaba resignación. Pese a los temores, la familia Kirchner se hizo tiempo ayer para pasear. Dos horas antes de la sesión en la Legislatura porteña, el Presidente, vestido de sport, salió con los suyos a almorzar al restaurant La Cocina, sobre la calle principal de esta ciudad. Estaban todos distendidos: Cristina Kirchner, su hijo, Máximo; Fernández, y Rudy Ulloa Igor, empresario periodístico local que fue secretario privado y chofer del Presidente. Cuando llegaron se encontraron con que estaban almorzando allí tres periodistas, entre ellos, este enviado de LA NACION. Cristina Kirchner titubeó al verlos, pero igualmente ingresó, a paso largo, y saludó en general: "¿Cómo les va?". El Presidente dio a todos un apretón de manos, excepto a este cronista, al que evitó saludar tres veces: al ingresar, al promediar la comida (desvió la mirada en un cruce casual) y al irse. Cristina comandaba la conversación general con voz audible. El Presidente llegó de buen humor -que cambió al ver periodistas- y mejoró su semblante sobre el final de la comida. Por momentos, hablaba en voz baja con Fernández. La conversación era trivial y familiar. Kirchner comió milanesa de pollo con arroz integral; su esposa, atún con tomate. Nadie los molestó. Aquí Kirchner es un vecino más, y disfrutó pasar inadvertido unas horas. Había unos ciudadanos alemanes que ni imaginaban que comían a metros de la familia presidencial. Se nota aquí una fuerte afluencia de extranjeros: ingleses, españoles, suizos, alemanes y brasileños. "Se decuplicó el turismo en El Calafate, de 40.000 a 400.000 turistas por año", dijo Kirchner, como un logro personal, cuando salió del local. Saludó y se sacó fotos, ahora sí, con transeúntes locales. "Usted me devolvió la fe", le dijo uno. "Qué lindo que es en persona, más que en fotos", dijo una señora, luego de recibir un cordial beso. Lejos de la crisis, se marchó sonriente. Por Mariano Obarrio Enviado especial |