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Ricardo Diez
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Enviado viernes, 25 de noviembre, 2005 - 04:50 pm:   

CLARIN

El interinato de Telerman, un ejercicio de equilibrio en el borde del precipicio

Trata de esquivar la interna oficialista, defender a Ibarra y no pelearse con nadie.
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Julio Blanck.
jblanck@clarin.com

Dicen que el día que reunió a los integrantes del gabinete porteño, Jorge Telerman dijo "Yo aquí vengo como Samoré". Algo exagerado, como buen periodista que fue, aludió así al cardenal que llegó desde El Vaticano a fines de 1978 y ayudó a evitar una guerra entre las dictaduras de la Argentina y Chile por el canal de Beagle. El propósito de Telerman era algo más modesto: "conseguir que hablen los que no hablaban" dentro del equipo que gobierna la Ciudad.

Saltar por encima de las diferencias que hay en el gabinete de Ibarra, algunas muy profundas y de vieja data, es parte de la estrategia de Telerman para atravesar con el menor daño posible su interinato. La misión no es sencilla para alguien que no es referente de ningún sector interno ni se referencia con ninguno de los existentes. Dicho en otros términos: Telerman no tiene nada en poder contante y sonante, más que su espacio institucional y su habilidad para quedar a flote después de los naufragios políticos.

Cerca suyo se empeñan en ser optimistas. Dicen que encontró ambiente favorable para su emprendimiento pacificador: todo el gabinete porteño parece haber cerrado filas para ayudar a Ibarra a concretar su soñado "operativo de rápido retorno", que supone salir airoso del juicio político por la tragedia de Cromañón.

Es tan precaria la situación, que los amigos de Telerman dan valor relevante al hecho que rivales enconados, como el jefe de Gabinete porteño Raúl Fernández y el secretario de Obras Públicas Roberto Feletti, hayan compartido una reunión en la que se avanzó sobre medidas de la gestión.

Con Ibarra al mando de su propio salvataje, por lo que retiene en sus manos todo el poder operativo del oficialismo, Telerman ha jugado en los 10 días que lleva en el cargo como un encendido defensor del jefe de Gobierno. Los ibarristas no creen del todo en la sinceridad de su empeño, pero sólo les queda resignarse: en política cuenta más lo que se hace que lo que se piensa.

Para construir su complicado día a día, Telerman busca señales positivas en otros flancos. Dice haber recibido "gestos suficientes" desde la Casa Rosada, enviados por el presidente Néstor Kirchner y por su cordial archienemigo, el jefe de Gabinete Alberto Fernández. Asegura que encuentra buena recepción por parte de los ministros del gabinete nacional, que antes le contestaban el teléfono con notable demora, y eso cuando le contestaban.

Hasta se alegra porque "no hubo una avalancha de demandas" al calor de la debilidad evidente del Gobierno de la Ciudad en esta circunstancia. Los amigos de Telerman lo explican con un ejemplo: "hace unos meses los camioneros protestaron quemando basura en la Avenida de Mayo, ahora Moyano lo invitó a Jorge a almorzar juntos en la CGT".

Otra colaboración a la estabilidad, dicen, proviene de los legisladores de Mauricio Macri que encabezan la oposición en el distrito. Telerman asegura que los macristas le prometieron que la semana próxima aprobarán el Presupuesto 2006 en la Legislatura, que ellos dominan.

El Presupuesto es un instrumento indispensable para que la Ciudad funcione. Pero a los macristas no los inspira solamente ese sentido de responsabilidad institucional: por simple cálculo de conveniencias harán lo posible por sostener a Telerman, aún si logran descabezar a Ibarra en el juicio político. Quieren despejar la imagen "golpista" que Ibarra, con cierto éxito, se empeña en endosarles. Al mismo tiempo buscan preservar a Macri de una disputa electoral anticipada, si la avalancha también arrastra a Telerman y es preciso elegir un nuevo jefe de Gobierno antes de 2007.

Mientras tanto, Telerman intenta preservar su lugar institucional o su imagen, según desde dónde se vea, hablando poco e involucrándose nada en el proceso de juicio político a Ibarra, que viene plagado de manipulaciones de todo tipo, operaciones de campaña sucia y presiones escandalosas.

Esta actitud de Telerman quizás moleste a los ibarristas recalcitrantes, tanto como el aroma crítico que se desprende de su discurso respecto de cómo se condujo la gestión y la política en la Ciudad en estos dos últimos años. Pero la vida los obliga a estar arriba del mismo barco, al que zarandea una tormenta que puede ser terminal. El problema es que unos y otros suponen que a lo mejor alguien puede salvarse solo.

En el Gobierno porteño creen que la gestión de Telerman podrá funcionar sin grandes tropiezos hasta fin de año, poniendo en marcha decisiones ya tomadas por Ibarra. Pero si el juicio político se prolonga —técnicamente puede llegar hasta mediados de marzo— quizás haya que tomar decisiones propias. ¿Cómo funcionarían entonces quiénes hoy convergen en la defensa de Ibarra? Podría llegar, entonces, un momento aún más turbulento que este.

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